jueves, 26 de diciembre de 2013

DOLOR FÍSICO Y DOLOR EMOCIONAL (I): ESTRÉS Y DOLOR CRONICO

Dentro de la tradición médica occidental se asume que el dolor es un síntoma, es decir, una señal que indica que se ha producido un daño en el organismo. Así el dolor queda reducido a ser una simple consecuencia de una patología subyacente.

Esta característica supone al dolor un valor evidentemente adaptativo, un mecanismo de alarma que sirve para informar de un proceso patológico que, de otra forma, podría ser ignorado por el organismo y resultar en un daño grave o incluso la muerte (tal y como ocurre con las personas que sufren insensibilidad congénita al dolor). Es decir, el dolor es una sensación más, y por tanto su abordaje se encuadra dentro de una perspectiva fisicalista, donde la sensación dolorosa está causada por una estimulación en un receptor específico (nocioceptivo) y es directamente proporcional a la cantidad de estimulación (nociva).


Dentro de los diferentes modelos psicológicos del dolor, el modelo de Melzak y Casey (1968) permite un abordaje más comprensivo de este problema, al concebir el dolor como una experiencia multidimensional. Esto supone la subdivisión del dolor en tres dimensiones interrelacionadas:
  • La dimensión sensorial/discriminativa se corresponde puntualmente con la perspectiva biomédica tradicional en el sentido de que depende de los mecanismos anatómicos y fisiológicos relacionados con la sensación dolorosa. Así esta dimensión se encarga de la transmisión de la estimulación desde el lugar de la alteración hacia los centros superiores, informando de los parámetros de localización, intensidad, duración, etc.
  • La dimensión motivacional/afectiva se refiere a la cualificación subjetiva del dolor, y principalmente de aspectos tales como su definición como aversivo y desagradable, y por tanto algo que es necesario evitar.
  • La dimensión cognitivo/evaluativa está estrechamente relacionada con la anterior e integra la experiencia de dolor a nivel cortical, lo que implica tanto a la experiencia anterior del sujeto, el contexto en que ésta se produce, y distintas variables cognitivas como percepción de control y la expectativa de las consecuencias que para el individuo va a representar la experiencia de dolor.
Este proceso de reconceptualización y redefinición de lo que es el dolor se refleja en el trabajo de la IASP (International Association for the Study of Pain) que en 1973 define el dolor como “una experiencia sensorial y emocional displacentera, asociada al daño del tejido, real o potencial, o descrita en términos de tal daño”.

Estas aportaciones abren el campo del dolor a la investigación e intervención desde la Psicología. Si el dolor ya no es (no puede ser) entendido como una simple sensación, sino como un proceso constructivo donde la persona, el individuo con dolor, juega un papel central y activo, entonces la determinación de las variables psicológicas implicadas en este proceso de reconstrucción será importante en la medida en que nos ayude a su comprensión y abordaje terapéutico desde un modelo mutidisciplinar.

El DSM reconoce la existencia de covariación entre trastornos emocionales y dolor, bien en su origen, mantenimiento o exacerbación. No obstante, de acuerdo con sus objetivos descriptivos, no clarifica en qué medida estos problemas emocionales (ansiedad, depresión e ira) y psicosociales causan/afectan al dolor o a su tratamiento. De aquí que se hace necesaria una mayor profundización en el problema.

Por ejemplo, sabemos que el estado de ansiedad o las situaciones de estrés juegan un doble papel respecto al dolor: bien predisponiendo a episodios de dolor frecuentes, o bien empeorando los síntomas de dolor preexistentes. Además los episodios estresantes pueden disminuir el umbral de tolerancia al dolor al afectar a su dimensión afectiva. Por tanto, si asumimos que una condición de dolor crónico puede conceptualizarse como una situación de estrés crónico, y que los intentos de los sujetos para superar/escapar de esta situación pueden contemplarse como estrategias de afrontamiento, entonces es lícito aplicar el modelo transaccional del estrés al campo del dolor.

Hasta aquí hablamos de la ansiedad y el estrés como desencadenantes o agravantes del dolor, pero a su vez ésta es una relación más compleja, ya que el propio dolor puede convertirse en un estímulo estresante que vuelve a iniciar la cadena, entrando en un círculo vicioso de ansiedad-dolor-ansiedad-dolor.

Centrándonos ahora en la dimensión más fisiológica, el estado de ansiedad se ha relacionado tradicionalmente con el dolor agudo, y los estados depresivos con el dolor crónico. Así ante un dolor agudo se produce una respuesta de activación simpática, característica también de la respuesta de estrés y los estados de ansiedad, con aumento de la tasa cardíaca, de la tensión arterial, mayor consumo de glucógeno y un incremento en la secreción de epinefrina y norepinefrina, lo que nos lleva a una nueva interacción. Si la ansiedad produce un aumento en la activación simpática, esto va a aumentar el dolor mediante el círculo vicioso de dolor-ansiedad-tensión muscular. Es decir, la ansiedad va a producir un aumento en la tensión muscular, y esto producirá un aumento de dolor, lo que a su vez incrementará la ansiedad, y así sucesivamente.

Pero siguiendo con los modelos multidimensionales del dolor aún podemos incluir otro elemento. Diversos autores han enfatizado una posible explicación de la relación entre ansiedad y dolor a través de un mecanismo atencional. Existe una fuerte evidencia que sugiere que los pacientes de dolor crónico exhiben un sesgo en el recuerdo de estímulos relacionados con el dolor, y además que la información ambigua es procesada como relacionada con el dolor. Así los pacientes de dolor crónico se caracterizan por un sesgo atencional selectivo hacia señales temáticamente relacionadas con la expresión sensorial y afectiva del dolor. La atención sobre el dolor conduce a un incremento de éste, es decir, la implicación de sesgos atencionales relacionados con el dolor se traducirá en un rango incrementado de monitorización de sensaciones denominado hipervigilancia, y un incremento de la intensidad del dolor.

Pero para complicar aún más el escenario introduzcamos un nuevo factor. Una variable relevante que explica las diferencias en tolerancia al dolor podría ser la presencia de autoverbalizaciones de tipo catastrofista. La catastrofización ha sido definida como una orientación negativa exagerada hacia estímulos de dolor y la experiencia de dolor. Los pensamientos catastrofistas están relacionados con la dimensión afectiva del dolor, afecto depresivo y estado de ansiedad. Sullivan et al., (1995) han sugerido que la catastrofización puede a su vez subdividirse en tres componentes relacionados: rumiación (“No puedo parar de pensar acerca de cuánto duele”) magnificación (“Me preocupo porque esto quiere decir que algo serio puede ocurrirme”) e indefensión (“No hay nada que pueda hacer para reducir la intensidad del dolor”). Este autor ha encontrado que altas puntuaciones en catastrofización estaban asociadas a mayor intensidad de dolor, niveles más altos de discapacidad y mayor probabilidad de desempleo. El factor de rumiación fue el componente de la catastrofización que se asociaba más fuertemente a discapacidad.

Hemos visto que el dolor crónico puede conceptualizarse como un estresor ante el cual los individuos muestran diversas adaptaciones, desde una pequeña alteración en las rutinas cotidianas a la total incapacidad. Los modelos de estrés y afrontamiento predicen que el ajuste dependerá: a) de las valoraciones cognitivas de la experiencia de dolor, y b) de las estrategias de coping cognitivas y conductuales empleadas para manejar el dolor. Lazarus y Folkman, (1984) definen el afrontamiento como un proceso que está tanto determinado como alterado por valoraciones de control, es decir, por la creencia del individuo sobre su capacidad y recursos para manejar el dolor. Una extensa literatura documenta el impacto de la valoración de control sobre el ajuste emocional y conductual al dolor crónico. La percepción de control sobre el dolor predice menor nivel de dolor y discapacidad, menos conductas de dolor y mayor bienestar psicológico.

Además dentro del afrontamiento es clásico distinguir entre estrategias de coping activas y pasivas. Las estrategias activas suponen un intento del paciente de tratar el dolor empleando sus propios recursos, y las estrategias pasivas se caracterizan por indefensión y/o abandono en otros. En cualquier caso la distinción clave en la definición de estrategias de afrontamiento activas y pasivas es la medida en la que el paciente depende de recursos internos o externos para controlar el dolor. No obstante esta separación no está tan clara. Algunas estrategias como tomar la medicación pueden ser pasivas a causa de que el paciente está relegando en fuerzas externas, pero también pueden ser activas debido a que está cumpliendo con su tratamiento.

Pero demos un paso más. Algunos estudios sugieren que las valoraciones de control y las estrategias de coping pueden estar influenciadas por una tercera variable: la severidad del dolor. El hecho de  que las estrategias de afrontamiento sean eficaces sólo a ciertos niveles de dolor continúa siendo un área importante de investigación. Por ejemplo, Haythornthwaite (1998) encontró que las autoafirmaciones de afrontamiento y la reinterpretación de las sensaciones dolorosas predicen una mayor percepción de control sobre el dolor con niveles altos de dolor, mientras que ignorar las sensaciones dolorosas predice percepciones de control más bajas. Ignorar las sensaciones dolorosas se ha pensado típicamente que es una estrategia adaptativa y de hecho es la más empleada. Los resultados sugieren, por el contrario, que al ignorar las sensaciones dolorosas los individuos experimentan una pérdida de control percibido sobre su dolor. Puede ser que ignorar las sensaciones dolorosas sea incompatible con controlar las sensaciones dolorosas. Por ejemplo, los individuos con elevada focalización sobre el dolor o que catastrofizan son incapaces de hacer un uso efectivo de las estrategias de distracción para reducir niveles elevados de dolor. En la misma línea los sujetos con baja intensidad de dolor es posible que encuentren la distracción beneficiosa, y por el contrario los individuos con alta intensidad de dolor crónico es probable que no se beneficien de las estrategias distractoras.

En esta línea Blalock investiga la flexibilidad de afrontamiento a través de varias áreas problemáticas relacionadas con el dolor en pacientes de artritis reumatoide. Definiendo la flexibilidad de coping como la capacidad individual para cambiar de estrategia cuando una no tiene éxito, encontraron que los pacientes que informaban emplear una gran diversidad de estrategias de afrontamiento hacia las áreas evaluadas mostraban un mejor ajuste psicológico. De nuevo dos estrategias activas, autoafirmaciones de coping y reinterpretación de las sensaciones dolorosas fueron predictivas de un mayor control percibido y de mejor ajuste. Estos efectos aparecen tras controlar la severidad del dolor, que mostraba una asociación muy fuerte con las creencias de control.

La interacción control/severidad del dolor podría explicar por qué creencias pronunciadas de control o autoeficacia no necesariamente resultan en un afrontamiento efectivo. Diversas investigaciones han encontrado que si la percepción de control de la persona es elevada y la intensidad del dolor es moderada o baja entonces el nivel de actividad cotidiana resulta escasamente afectado. Los pacientes afrontan adaptativamente su dolor. Sin embargo si la percepción de control es alta y la intensidad de dolor es muy elevada los niveles de actividad del sujeto caen, probablemente porque sus expectativas de control no son efectivas para esa intensidad de dolor, y podemos entonces hablar de indefensión y/o depresión.

Por ejemplo, es plausible asumir que un locus de control altamente interno esté asociado con mayores intentos activos de corregir problemas potenciales, sin embargo este patrón de coping puede conducir a sentimientos de indefensión y desesperanza, especialmente cuando el individuo es confrontado con problemas irreversibles. En este contexto Janoff-Bulman y Brickman (1982) hablan de una patología de altas expectativas. El ideal libre de dolor ilustra este punto de vista: la validez de esta creencia como una meta personal (y terapéutica) se hace más y más cuestionable a medida que se incrementa la duración del dolor y éste llega a hacerse crónico, y los recursos activos disponibles para el paciente se agotan sin lograr alterar substancialmente el dolor.

En este mismo sentido McCracken señala que un 82% de los pacientes tratados continúa sufriendo de dolor a los dos años de seguimiento. En muchos casos los pacientes participan activamente en la búsqueda de soluciones para reducir su dolor. Esta búsqueda en ocasiones toma formas extremas y se reconoce como un rasgo central de la experiencia de dolor crónico. Sin embargo la evitación del dolor es una respuesta ineficaz cuando el dolor es crónico. A  menudo conduce a deterioro físico, mantiene altas expectativas no realistas sobre el dolor y se ha mostrado como un predictor de la depresión y discapacidad en personas con dolor crónico. Muchos pacientes mantienen sus intentos de evitar el dolor a pesar de que esta estrategia de hecho no produjo una reducción del dolor cuando se usó en el pasado. De hecho tales esfuerzos pueden producir justo lo contrario de lo que persiguen, dejando a los pacientes con un dolor más persistente. Parece lógico que los pacientes consigan un mejor ajuste al dolor si reducen su evitación aceptándolo, y dirigiendo sus esfuerzos hacia metas que puedan conseguir.

Abandonar los intentos de evitar una experiencia aversiva puede en principio parecer desadaptativo. Sin embargo Rothbaum sugiere que cuando las formas habituales de control instrumental sobre un evento aversivo son ineficaces los individuos pueden esforzarse por comprender y aceptar el evento, y cuando esto ocurre experimentan menos consecuencias negativas emocionales. Arntz y Schmidt concluyen que el control percibido sobre el dolor tiene efectos positivos, y añaden que la clase de control que puede conseguirse primero requiere la aceptación por el paciente de que, efectivamente, tiene dolor.


Resumiendo, la investigación sobre el dolor es un área donde la multidimensionalidad y la complejidad de los factores implicados permite a la Psicología, y especialmente a la Psicología de la Salud, una investigación rica y fructífera tanto en la determinación de los procesos como en la construcción de programas de intervención útiles y aplicados para este problema, no obstante aún queda mucho trabajo por hacer en este campo. Con este breve repaso a la problemática del dolor esperamos haber conseguido un doble objetivo: por un lado aumentar nuestra comprensión sobre un trastorno que afecta duramente a muchas personas, y por otro indicar las múltiples líneas de investigación que permanecen abiertas a la espera de nuevas aportaciones esclarecedoras.

lunes, 11 de febrero de 2013

PERSONALIDAD Y MTC


“Para juzgar a otra persona,
 tómate a ti mismo como criterio”
(Lao Tse)

Antes de comenzar conviene delimitar una serie de conceptos relacionados en este ámbito:
  • Personalidad: patrón complejo de características psicológicas que configuran la constelación completa de la persona, y que se expresan de forma casi automática en las conductas humanas. Estas características emergen de una matriz compleja en la que están presentes disposiciones biológicas y experiencias de aprendizaje, en función de las cuales se organizan formas relativamente estables (estilos) de pensar, percibir, sentir, afrontar situaciones y relacionarse con otros seres humanos y con objetos del mundo cultural (Millon y Davis, 2001).      
  • Carácter: son características adquiridas durante el desarrollo, mediante el proceso de socialización, por tanto está relacionado con la introyección de las normas sociales imperantes.
  • Temperamento: depende de las disposiciones biológicas básicas hacia ciertos comportamientos.



Dentro de los diversos modelos desarrollados por la psicología para definir la  personalidad (normal, no patológica) es muy  relevante para el objetivo de este análisis el modelo de los Cinco Grandes de Costa y McCrae (1985). Divide la personalidad en cinco grandes dimensiones:
  • Apertura a la experiencia: aprecio de experiencias nuevas, proposición de ideas novedosas, engloba características como el gusto por el arte, por la aventura, por las emociones, la imaginación y la curiosidad. En el extremo opuesto se sitúa el Convencionalismo.
  • Responsabilidad: tendencia a la autodisciplina, a la responsabilidad, el planeamiento en lugar de lo espontáneo, control, competencia, orden, minuciosidad, sentido del deber, fiabilidad, persistencia, ambición, necesidad de éxito. En el polo opuesto situamos la Desorganización caracterizada por la irresponsabilidad y la conducta caótica.
  • Extroversión: implica la energía, las emociones positivas, la tendencia a buscar atención y compañía de otros, alta sociabilidad, evitación de la soledad, asertividad, locuacidad, necesita estimulación constante. El polo opuesto es la Introversión: reservados, independientes, prefieren estar solos, buscan grupos cerrados de amigos en los cuales se desenvuelven como los extravertidos, evitan la estimulación novedosa.
  • Neuroticismo: refleja niveles crónicos de inestabilidad emocional y susceptibilidad al malestar psicológico, tendencia a experimentar emociones negativas como ansiedad, ira, depresión y vulnerabilidad. El polo opuesto es la Estabilidad Emocional.
  • Agradabilidad o Cordialidad: buen carácter, disposición a ayudar a los demás, tendencia a ser compasivo y cooperativo, actitud conciliadora, empatía, sensibilidad hacia los demás, altruismo. El polo opuesto es la Antipatía.
También podemos reseñar aquí a Millon y su teoría del aprendizaje biosocial. Considera que la personalidad (y la psicopatología) se desarrolla como resultado de la interacción de fuerzas ambientales y organísmicas desde el mismo momento de la concepción y que se mantienen a lo largo de la vida. Así, los factores biológicos pueden configurar, facilitar o limitar la naturaleza de las experiencias y aprendizajes de la persona. Además, la interacción entre factores biológicos y psicológicos es bidireccional y circular (las disposiciones biológicas de los niños evocan reacciones en los demás que acentúan tal disposición). Posteriormente redefine su modelo de personalidad de acuerdo a cuatro polaridades:
  • Promoción y preservación de la vida: polaridad Placer-Dolor, (búsqueda de experiencias de recompensa y evitación del peligro y la amenaza).
  • Acomodación y modificación ecológicas: polaridad Pasividad-Actividad (atenerse a la realidad favorable y dominio del propio entorno).
  • Individuación y crianza con fines reproductores: polaridad Sí mismo-Otros (individuación y amor constructivo hacia los demás).
  • Integración intracortical: polaridad razonamiento intelectual (Pensamiento) –  resonancia afectiva (Sentimiento).
Intentando traducir estas teorías a la MTC proponemos lo siguiente, sin olvidar que esta propuesta de modelo no deja de ser una simplificación y que, en la práctica, las interacciones son mucho más complejas:
  • Podríamos, sin gran esfuerzo, situar los cinco factores de Costa y McCrae en la pentacoordinación, siendo: Extraversión-Madera, Apertura a la experiencia-Fuego, Agradabilidad-Tierra, Minuciosidad-Metal, Neuroticismo-Agua.
  • La polaridad placer-dolor podría encuadrarse en el eje Shaoyin, como garante de la supervivencia, siendo la búsqueda de recompensa dependiente del Fuego y la evitación del peligro dependiente del Agua.
  • La polaridad Pasividad-Actividad puede comprenderse como otra forma de ver los movimientos centrífugo y centrífugo en las relaciones, es decir, dependiente de las relaciones entre Madera y Metal respectivamente.
  • La polaridad Pensamiento-Sentimiento queda establecida por las interacciones armónicas del Fuego con el resto de la pentacoordinación. Si se produce una descompensación, la primacía del pensamiento (como racionalismo) puede determinarse en caso de preeminencia del lado derecho de la pentacoordinación (Tierra – Metal), la primacía del sentimiento (como pasión) si prevalece el lado izquierdo (Madera – Agua).
  • Los procesos de individuación (Sí mismo-Otros) dependerán básicamente de las relaciones que el elemento Tierra (Bazo) establezca con el resto de los elementos. El Sí mismo se define en base a la interacción entre el Corazón-Bazo-Riñón, las relaciones con los Otros dependerán de la interacción entre el Hígado-Bazo-Pulmón y de la mediación de Xinbao.
La Psicología Analítica, surgida a partir del psicoanálisis, parte de un planteamiento que puede muy bien considerarse energético, análogo a un sistema hidráulico. El foco central está en la acumulación/descarga/bloqueo de la energía (tensión-pulsión).

De una forma muy somera, Freud dividió el escenario psíquico en tres niveles de accesibilidad o “profundidad” (consciente, preconsciente e inconsciente), y en tres estructuras (Ello, Yo y Superyo). El Yo es racional, sigue el Principio de la Realidad y contiene la reducción de la tensión hasta que el Placer muestre perspectivas realistas de ser alcanzado. Su energía proviene del Ello, sistema original completamente inconsciente, irracional, sede del Principio del Placer y la principal reserva de la energía instintiva. El Superyó es el agente de la moral interna, creado a partir de la identificación con los padres durante el periodo de socialización, pero como el Ello es inconsciente, irracional, e incluye la “voz interna” no solo de los padres, sino también de experiencias morales ancestrales. La mente consciente y la conducta serán pues resultado de la interacción entre las tres instancias anteriores.

La pulsión freudiana puede contemplarse como un proceso dinámico. La pulsión es una carga energética básica que hace que el organismo se mueva hacia la consecución de un fin. Su origen es fisiológico, un estado de tensión o de excitación corporal. El objetivo de todas las funciones mentales y conductuales es descargar la cantidad acumulada de tensión nerviosa que se experimenta como “displacer”. Es decir, la pulsión es una fuerza motivacional. La energía emocional reprimida genera una tensión no descargada que produce los síntomas neuróticos. Su abreacción descarga el afecto acumulado (estancado), lo cual teóricamente elimina los síntomas.

La Pentacordinación también puede dividirse en consciente y no consciente. La consciencia depende del Corazón, las demás son respuestas emocionales no conscientes que pueden hacerse conscientes en cualquier momento (pero ya quedarían elaboradas). La personalidad está formada por los cinco Bershen, unidos por el Corazón y amalgamadas por el Xinbao, el director de orquesta artífice de la “melodía emocional” o psico-emocionalidad integral de la persona, capaz de introducir las variaciones requeridas en función de las necesidades del momento a fin de asegurar nuestra supervivencia individual, para lo cual produce las modificaciones que sean precisas a nivel físico o a nivel emocional, a través de la Pentacoordinación.

Maciocia considera que el Shen de Corazón (que él denomina Mente) es el Ego, mientras que la unión de los cinco Shen (especialmente Mente y Alma Etérea) es el Yo. El Hun es sede del inconsciente individual y conecta con el inconsciente colectivo de Jung (fuente de los arquetipos y los símbolos). Señala que los ideogramas Hun y Po contienen el radical gui (espíritu o fantasma), lo cual supone que tienen una existencia independiente de la Mente, es decir, forman parte del aparato psíquico más allá de la consciencia, con sus objetivos particulares que no caen bajo el control de la Mente (consciente). Ambos presentan similitudes con el concepto de Sombra de Jung. La Sombra incluye todo aquello que no queremos reconocer como parte de nosotros y que hemos reprimido, pero también incluye todas aquellas potencialidades que no hemos realizado. De hecho para Jung las unidades funcionales que componen el inconsciente personal o “complejos” (persona, sombra, yo, anima, animus) se rigen por sus propias leyes y parecen tener voluntad, vida y personalidad propias, tanto en estados normales como psicopatológicos.

Requena plantea también una analogía entre el psicoanálisis, la psicosomática de Alexander y la MTC. Así, de acuerdo con las neurosis vegetativas de Alexander, los conflictos cuyo núcleo se centra en el bloqueo de la agresividad, provocan una alteración del sistema simpático, es decir, el Agua, la Madera y el Fuego, mientras que los conflictos cuyo centro gira en torno a la necesidad de dependencia y búsqueda de apoyo se relacionan con el sistema parasimpático y los terrenos Metal y Tierra.

Por otra parte hay una clara relación entre el estado oral de Freud y la Tierra (boca, abdomen, asimilación), tanto a nivel simbólico como fisiológico, y entre el estadio anal con el Metal (colon, ano, recto). El bloqueo en estos estadios, la insuficiencia en las demandas infantiles de nutrición-apoyo y dependencia-autonomía, se manifestará en trastornos parasimpáticos, es decir, digestivos y respiratorios. La alteración en la Tierra presentará características de personalidad tendentes hacia la inmadurez psicoafectiva, los actos irreflexivos y la falta de capacidad para asumir responsabilidades o bien con personalidades pasivas, reflexivas, que se complacen en la abstracción pura y la intelectualidad, dado que en ausencia de acción las ideas no conllevan responsabilidades. De hecho Requena considera que el terreno hipotiroideo o hipogonádico puede considerarse como una manifestación simbólica de la voluntad de no ser adulto, de no crecer. Por su parte la alteración en el Metal, en la fase sádico-anal de eliminación se traduce en una gran culpabilidad subyacente, la preocupación por la (suciedad) moral, los juicios de valor, la meticulosidad y la ambivalencia entre avaricia-generosidad.

Los complejos de superioridad e inferioridad de Adler quedan relacionados, de acuerdo a esta analogía, con los caracteres Yang y Yin respectivamente, de tal modo que el primero tiende a resolver sus conflictos con estrategias de exteriorización y viven la rivalidad simbólicamente con la intención de ganar, orientándose al logro, a ser el mejor, mientras que los segundos tenderán a seguir la vía de la interiorización, la inhibición y la autoculpabilización.

Un campo de estudio potencialmente prometedor son los mecanismos de defensa. Hammer señala que la restitución (defensa) son los intentos que realiza el sujeto para compensar o proporcionar sustitutos para el atributo suprimido o reprimido. Afirma que esto se realiza prioritariamente dentro del mismo Movimiento, de tal manera que si la función Yin está subdesarrollada se producirá un intento compensatorio por parte de la función Yang. Por ejemplo, una alteración del Yin de Corazón, responsable de las emociones creativas y “delicadas”, llevará a una ausencia de las mismas, pero de forma compensatoria el Yang de Corazón hará que la persona realice actividades creativas (escribir, pintar, esculpir, componer) por encima de lo “normal”, aunque dichas manifestaciones carecen de la verdadera creatividad que aporta el Yin de Corazón, aunque tal vez lo imiten. Así mismo señala que, con fines diagnósticos, los rasgos constitucionales serán obvios desde la infancia, mientras que los atributos de compensación aparecen posteriormente en el desarrollo y son menos consistentes.